Planchazo

EL QUE YO, quizá, me pegue el próximo lunes al tirarme hoy a la piscina desde el trampolín de esta columna. Tardaré siete días en llegar al agua. Lo aviso para que no se llame el lector a engaño. Permítanme que lo explique. Las urnas dictarán sentencia a las diez de la noche del domingo. El Lobo aúlla los lunes. Si el 21 lo hiciese, como mandan los cánones, a cuento de lo sucedido la víspera, aullaría a ciegas, ignaro aún del balance del escrutinio. El tictac del reloj me acorrala. Estoy, para colmo, en Tokio. Ya sé que los augures, el hígado de las aves y los posos del té verde anuncian la victoria por k.o. de Rajoy y los suyos, pero de mis compatriotas, a juzgar por lo sucedido en las dos elecciones anteriores y en las que muchas veces auparon a Felipe, cabe esperar cualquier dislate. No me fío. Soy demófobo. El pueblo casi siempre se equivoca, pero esta vez su error sería un suicidio. Me escama ese 30% de ciudadanos indecisos. ¡A estas alturas y con lo que hemos visto! Ojalá sean de Rosa Díez, de Cascos o, incluso, poniéndonos en lo peor, de Cayo Lara y no del PSOE, pues del PP difícilmente serán y de los nacionalistas, menos. Capaces de dar la vuelta a la tortilla o de impedir la mayoría absoluta sí que son. Tampoco excluyo la posibilidad de que Rubalcara (sic), prestigioso tahúr de dedos ágiles en las timbas de la trastienda política, se saque de la manga un as marcado y lo ponga en el tapete de los móviles para que sus comandos lo espurreen. Pásalo, dijo el delfín de Zapatero en una noche aciaga, y pasó. Me persigno, cuento hasta tres y... ¡Ea! Me tiro. Ya está escrita la próxima columna, y si hay planchazo, que lo haya. El periodismo es deporte de riesgo. En ella doy por hecho que Rubalcara besó la lona en la noche del 20 y volvió fané y descangallado a casa sin pasar por la de su partido. Mi texto es un futurible en forma de obituario y hasta tiene título: Automoribundia. Cédamelo Ramón. Hay precedentes: las preguerías de Victoria Prego. En él doy cuenta de dos muertes, metafóricas, por el momento, ambas. No revelaré hoy quiénes son sus protagonistas. Si la curiosidad les pica, vuelvan el próximo lunes y sea de euforia, y no de luto, ese día. Hay veces en que una esquela puede ser un epinicio. En sus manos, señores, está la posibilidad de que lo sea. Pongo fin así a mi crónica de dos muertes anunciadas. No seré yo quien acompañe al PSOE en el sentimiento. Le felicito, señor Rajoy. ¡Ojalá no tenga el lunes que decir glup!